¿Cuántas veces se ha dicho que la vida es un viaje de ida con final asegurado pero incierto?
¿Cuántas veces nos hemos planteado que antes las circunstancias a favor o en contra que la misma nos presenta, uno elige enfrentarlas o dejarse llevar por los miedos y sufrirlas?
En este análisis, se puede aportar que los estados de ánimos tienen disparadores que la mente registra y uno los utiliza. La mente es un instrumento que se puede usar como plazca y con la misma facilidad podemos pasar de sentir algo y con rapidez experimentar lo contrario.
De esta manera la alegría puede si se quiere, ser rápidamente deglutida por la tristeza, lo positivo transmutarlo en negativo, del exitismo violentamente se puede girar al repudio y de la idolatría hacia alguien, con violencia resquebrajar ese fuerte lazo espiritual con la intolerancia.
La tolerancia tiene que ver con el respeto y la consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás aunque repugnen a las nuestras. Aquí es donde podemos detenernos y utilizar como ejemplo válido, lo ocurrido el último domingo en cancha de Boca y movilizado por un sector de la parcialidad local, quien tuvo la irrespetuosidad, la memoria frágil, y un sorpresivo acto de desagrado y agravio hacia un jugador al que justamente, a meses de ponerle punto final a una extensa y exitosa carrera como profesional, tantas alegrías les brindó: Martín Palermo.
La imagen televisiva destacó su salida al finalizar el partido frente a su querido Estudiantes, allí en donde por 1992 comenzó a vestir su camiseta y la escena mostró que se iba con esos colores sobre su pecho producto de un intercambio de casacas- penalizada con una tarjeta amarilla si se realiza en el campo de juego- justamente con otro de los destacados de ese encuentro nada mas y nada menos que Juan Sebastián Verón.
Nada les importó a los intolerantes, que Palermo se llevara una quinta amarilla y no jugase el próximo partido de salir con su torso desnudo, que el intercambio había sido con otro “prócer”, incluso solicitado por la mismísima “brujita”, que sus goles que han superado lo impensado en su rica historia y que tanta afonía han sumado en sus gargantas, que el que se iba no era uno más sino el de los goles importantes, los que dejan títulos, el que a pesar de su actual sequía en los arcos contrarios no baja los brazos, como tampoco lo hizo cuando sufrió sus innumerables graves lesiones, el que se retiraba era Palermo, sin embargo no importó, bajaron los silbidos, los abucheos, incluso los insultos de los que en forma cobarde se escudan detrás del grueso vidrio que separa el campo de juego de las “cómodas” plateas.
Parecía mentira tanta bronca “ al pedo”, tanta energía desperdiciada, por ponerse en defensores de los colores que tienen una historia y que perdurarán incluso cuando cada uno de esos intolerantes ya no estén en este mundo. ¿Y contra quién?. Justamente contra alguien que ya puso su nombre y apellido con letras bordadas en oro en el paño azul y amarillo de origen sueco.
Así somos y así estamos como sociedad, intolerantes, individualistas, soberbios, con la ética en el olvido, irrespetuosos, con una solidaridad invadida por la xenofobia , criticando sin construir, prometiendo sin cumplir, mintiendo ante evidencias verdaderas, el vecino dejó de ser vecino, cada uno encuentra en el otro su propio Palermo.
Una pena!! o lo que es peor, una triste realidad.
Osvaldo Menéndez
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