23 de junio de 2010

Cada tanto nos vestimos de celeste y blanco

Argentina es una verdadera caja de sorpresas, inclusive la de Pandora está en su interior. Muchas veces hemos encontrado a la biblia al lado del calefón, y en más de una ocasión muchos han vuelto cansados a la casita de sus viejos, en donde cada cosa es un recuerdo que se agita en sus memorias.

Argentina tiene la extraña facilidad de convertirse tanto en una trituradora de sueños alcanzables, como en facilitadora de oportunidades para que cada uno de sus habitantes, si se lo propusiese, dejara volar sus ilusiones sin encontrar un techo que las deshiciera.

Argentina (y sus riquezas naturales) muchas veces fue la tierra prometida de tantísimos antepasados, el lugar exacto para dar cobijo a tanta pobreza, crueldad y persecuciones de otras latitudes que, desesperadas y esperanzadas, buscaron sus costas.

Argentina ha tenido la autenticidad, la energía y la inteligencia de trascender las fronteras con lo autóctono y con la misma intensidad ha tenido la tendencia irrefrenable de auto proponerse aquello de “comprar y adoptar” lo de afuera que es mejor.

Argentina ha sabido construir en más de una ocasión una equivocada soberbia tal que, aquellos que mamaron “ la argentinidad al palo” e hijos pródigos de esta patria, han sido, son y serán los “mejores” en un montón de cosas que aún hoy permanecen en la nebulosa de una auto creación en la que muchos siguen atados y que nadie quiere o puede explicar.

Argentina no tiene que envidiarle nada a nadie, “no hay con que darle” dicen los que aún sueñan y añoran un primer mundo que durante una década y merced a los votos nos “ganamos” y algunos disfrutaron.

Argentina, la de los sueños e ideales igualitarios, la que siempre divulgó el federalismo como medio correcto de distribución de sus riquezas, se ha pasado el tiempo postergando esa declaración de principios con un unitarismo a ultranza que ha tenido como slogan destacado que “Dios atiende en la Capital Federal”.

Argentina, las de tierras fértiles, la de las mejores carnes, en donde los microclimas han permitido viñedos que han catapultado a los niveles más altos sus productos, la que ha vivido del campo y también lo ha denostado, la que ha enriquecido a muchos y empobrecido a los de siempre, no ha podido dejar de poner fronteras entre los gringos rubios que la han colonizado y los “cabecitas negras” que los han votado.

Argentina, la izquierdosa, con inalterables pensamientos “fachos”, la que recibió la decisión divina de ser diseñada como la panacea para todos los hombres de buena voluntad, sin límites de credos, sin distinciones de razas pero sin la constancia necesaria para vivir en democracia con enanos golpistas que enajenan a los de un lado para eliminar a los del otro.

Esa Argentina vivió y hasta emocionó los actos del Bicentenario de una manera que la mayoría no imaginaba.

Uno puede o no estar de acuerdo con el gobierno de turno, puede convivir o no con su especial manera de manipular o de ser, puede aceptar o rechazar sus caprichosas decisiones, lo que no puede hacer es dejar de reconocer que ese continuo machacar presidencial acerca del carácter o significado del BICENTENARIO, obtuvo en la conciencia popular justamente eso: tomar conciencia. Las multitudes que se volcaron a las calles no han tenido parangones en nuestra historia y fueron motivadas por eso que cada tanto nos aglutina, el sentir patriótico.

Que el Dios de todos, el que reina en los cielos, sepa motivar al Lio Messi, quizás en pocos días más podamos juntarnos de nuevo, masivamente, con los colores celestes y blancos de esta Argentina “rara”.